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Rosalinda y Chana
(cuento)
La
ranita Chana se ocultaba
bajo
la sombra de una hiedra trepadora,
a
media altura de una gran piedra,
donde
la hiedra lucía orgullosa
el verde intenso de sus hojas,
y Chana disfrutaba de su magnífica balconada.
Desde
allí arriba, camuflada,
observaba
como sus renacuajos
jugueteaban
en la charca.
Rosalinda
todos los días
se
aproximaba, al manantial fuente,
de
la que se aprovisionaban de agua
y
le contaba a Chana
cómo
le había ido en el colegio,
con
la profesora y sus amigas.
Chana
escuchaba con atención
sus
quejas y sus alegrías
y
por toda respuesta siempre croaba
croac,
croac, croac.
Rosalinda
faltó unos días a su cita;
había
revuelo en su casa;
cayó
muy enferma su madre
y
su padre,que era leñador en la montaña,
iba
perdido sin saber
como
llevar adelante la niña y la casa.
Rosalinda
tuvo que ayudar a su padre
hasta
que perdieron toda esperanza.
Se
fue su madre con los angelitos
y
las lágrimas y la tristeza
se
apoderaron de padre e hija.
Al
cabo de un tiempo
regresó Rosalinda a la charca;
Chana
apenas pudo reconocer
aquella
cara triste y demacrada.
Y
Rosalinda tartamudeando
y
entre sollozos le contó a Chana
la
causa de su ausencia
y
la amargura que la embargaba.
Aquella
ranita, que sólo croaba,
hizo
un supremo esfuerzo por consolarla
y
de un gran salto subió al hombro de Rosalinda
y
con mal acento le dijo al oído
“Cuenta
conmigo y con mis renacuajos”
Y
a partir de aquel día,
aunque
la niña estaba sola en casa,
pues
su padre tenía que trabajar en la montaña,
Chana
y sus ranitas le hacían compañía
amenizando
sus días, desde el jardín que la rodeaba,
croando
en sinfonía croac, croac, croac…
aliviando
la pena que consumía a Rosalinda.
Cuento
dedicado a mi nieta María.
Elda 14 de Julio de 2018
Jesús Gandía Núñez
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.
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