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miércoles, 16 de marzo de 2016

Monólogo (1) Como un charlatán de feria

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           Monólogo (1)    COMO UN CHARLATÁN DE FERIA



Yo tenía preparado un discurso sobre política, pero por suerte para los políticos no hablaré de ellos ¿y sabéis por qué?, pues os lo contaré:
 Ayer llamaron por teléfono a casa, ya sabéis temas publicitarios, nos ofrecían un jamón, si íbamos mi mujer y yo hoy a una reunión. Y yo que no tenía ni idea de estas historias, me encuentro esta mañana en el Hotel HC de Elda a las nueve y media de la mañana junto a otras diecisiete parejas, jubiladísimas, en una de las salas del Hotel.
 Hasta aquí todo parecía normal y el jolgorio y la fiesta estaban aseguradas; todos nos habíamos estado frotando las manos sabiendo que en un par de horas saldríamos de allí con el jamón bajo el brazo.
 Comienza la presentación, un joven parlanchín, como los que venían a las ferias a vendernos una manta y nos regalaban otra y un peine y un globo para el niño ,y nos pregunta el fulano si queremos que sea simpático o que sea sincero, claro por unanimidad decimos que sincero, y nos suelta el joven malagueño, «menos mal, porque a veces me dicen que las dos cosas, y claro eso no puede ser porque imagínense que soy médico y les tengo que dar la noticia de que les quedan tres meses de vida; como voy a ser gracioso y sincero, les tendría que hacer la gracia de que sólo van a tener que pagar tres meses de hipoteca, así que no es posible ser simpático y sincero. Por lo tanto voy a serles sincero.
 Y a partir de ahí nos fue prediciendo lo que nos iba a pasar en el próximo futuro no se si recordaré todas las enfermedades a las que nos enfrentaríamos.
 Vamos a ver: nos dijo que si nos escapábamos de un Ictus casi seguro que por herencia genética tendríamos Alzheimer, por supuesto que a todos nos achacaba, y seguramente tenía razón, hipertensión, diabetes, arteriosclerosis, colesterol y un largo etc. .
 Hizo un impás y nos fue contando que los fines de semana era voluntario en un geriátrico de Ronda, claro está lo hacía por vocación, porque eso de cambiar a los abuelitos 6 ó 7 veces al día sólo se hacía si se tenía vocación, porque no huele igual un abuelito que un bebé, claro.
 A partir de ahí nos puso varios ejemplos, a cual más terrorífico, de lo solos que se encontraban los pacientes, que a muchos los dejaban allí abandonados a su suerte, lo mal que lo pasaban las familias que los cuidaban en sus casas, y como se deterioraban los enfermos con el paso del tiempo.
 En ese momento me fuí fijando en las caras del resto de jubilados y todos íbamos cambiando del color rosado y de euforia, que teníamos al entrar, al pálido de terror en que nos había convertido el gracioso joven.
 No se conformó con meternos el miedo en el cuerpo con las enfermedades sino que continuó machacándonos con todos los aparatos de última generación de los que vivíamos rodeados: que si el microondas, que si el móvil, que si el ordenador, que si el Wifi; vamos que estábamos siendo atacados por un sin fin de aparatos cotidianos y que antes o después nos generarían un cáncer.
 Bueno a estas alturas, algunos ya se tambaleaban en la silla, otros pensábamos que qué mierda hacíamos allí dentro, con la mañana tan buena que hacía para ir al monte o tomar el sol, y otros ya con cara del color de la cera sólo les faltaba despedirse de sus familiares. A todos prácticamente nos faltaba ya el aire, a pesar de que este delicioso evento transcurría en un enorme salón.
 Cuando el locuaz malagueño comprobó que ya nos tenía en el sitio que él quería, o sea al borde del cementerio, sacó por arte de magia una pequeña plaquita, la mitad de un móvil, y resueltamente nos dijo: «no tienen por qué preocuparse porque mi empresa ha encontrado la solución para sus problemas, ¡eh aquí la plaquita de grafeno que les protegerá contra todas esas ondas y esos virulentos ataques!»
 Todos abrimos los ojos de par en par, mirándonos unos a otros ,y por fin respiramos hondo. Estábamos salvados, con llevar esa pequeña plaquita en el bolsillo volveríamos a sonreír por muchos años.
 El simpático malagueño, al que ya le había yo contado una decena de mentiras, siguió insistiendo: «fíjense tan sólo por 5000 € tienen ustedes asegurada su vejez» (coñis pensé yo, aunque fuera el doble, si supiéramos que éste joven no nos miente todo el mundo querría comprarlo para tener una vejez sin catarros, cuanto ni más sabiendo que con la plaquita en el bolsillo estaríamos tranquilos hasta en la tumba); porque claro no nos contaminarían los móviles ni los gusanos, ni los políticos, hay perdón, que dije que no quería hablar de ellos, bueno en fin que podríamos morir en paz.
 Pero no acabó hay la sinceridad de nuestro benefactor, que va, añadió
« que como caso especial HOY, tan solo HOY, nos iban a aplicar la subvención, que la fundación benéfica de la empresa tenía asignada para estos casos. Así que iban a utilizar esa asignación tan sólo para un par de parejas de todas las que habíamos allí. Podíamos ir saliendo por el orden que nos llamaban para darnos el jamón y que a partir del 10 de mayo ya podríamos encargar, el resto de parejas, la plaquita mágica por teléfono, pero claro al precio de 5000€.
 Por fin nos fueron llamando y con la misma sinceridad de toda la charla, nos comunicaron a cada matrimonio que ya habían adjudicado una subvención pero que aún les quedaba por dar la segunda y que en el caso que la aceptáramos sólo pagaríamos 1750€. Todos éramos jubilados, pero ante tanta chanza, no hacía falta ser jovenzuelo y avezado para distinguir cuando te engañan, así que pedimos con rapidez el jamón correspondiente, que resultó ser una paletilla, y salimos a la calle más ancha, donde no nos afectaran ni las antenas, ni los ordenadores, ni los móviles, ni los embaucadores de feria, aunque ahora que pienso ,seguiríamos en manos de los políticos. Tendré que enterarme si hay alguna plaquita, de esas de grafeno, para protegernos de ellos.




  Elda 16 de Marzo de 2016

  Jesús Gandía Núñez

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