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miércoles, 23 de agosto de 2017

Incendiarios

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 INCENDIARIOS

Poblaban nuestros montes el pino y la carrasca,
la humedad del Mediterráneo los conservaba.
florecían la manzanilla el tomillo y el espliego
la ajedrea, la salvia, el madroño y el almendro;
se recogía siempre muy discreto el timó real
la cola de caballo, el orégano y el rompepiedras,
el té de roca, el rabo de gato y la zarzamora.

Hasta que llegaron los incendiarios.
Personajes odiosos de diversa calaña,
unos al abrigo de hacerse con terreno barato,
otros tras el trasiego de madera a precio bajo,
algunos por simples descuidos
y no pocos por disfrutar viéndolo arder todo.

Así quedaron nuestros valles y montañas,
asolados, arrasados por los incendios
sin más que ceniza que ofrecernos.
Crecieron tan sólo tristes espinos
y en las cumbres sólo quedó el roquedo.

Con el tiempo en los altos montes costeros
el palmito en verdear fue el primero.
Pero en en la zona baja crecieron
grúas, vigas, ladrillos y cimientos.
Conquistaron justo hasta el mar o sus rompientes
y cuando no quedo terreno costero
fueron desmochando chumberas y espartos
hasta cubrir, en lo alto los bosques de antaño,
con mediocres casitas de cerillas amontonadas
que vendían a precios palaciegos.

Ahora nuestra vista se deleita con vigas de hierro.
Nos movemos entre lomas de asfalto y cemento.
Disputamos las terrazas a pájaros y gaviotas
que se encuentran urbanizados sin más remedio.

Todo gracias a los malditos incendiarios
los locos y de los que de ellos se sirvieron
y de los gobernantes ineptos y aprovechados
que sacaron tajada consintiéndolo.

San Juan 18 de Agosto de 2017
Jesús Gandía Núñez
















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