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sábado, 11 de marzo de 2017

El árbol de las bolitas de oro

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El árbol de las bolitas de oro (cuento)


En un pobre y lejano pueblo
vivían míseramente sus ciudadanos.
Tantas calamidades pasaban,
ya durante cientos de años,
que tan sólo caminaban
con la cabeza agachada
buscando en el suelo
el mínimo sustento
que su cuerpo necesitaba.

Nació una hermosa niña
con las piernas delicadas;
y conforme fue creciendo
sus padres ya no podían
llevarla en brazos.

Su abuelo muy ingenioso y «manitas»
hizo una carretilla de madera
y con ella transportaban a la pequeña.
Iba tumbada boca arriba
y era la única del pueblo
que siempre miraba al cielo.

La niña fue descubriendo,
todas las bellezas de la naturaleza.
Bellezas, que sus mayores
o compañeros de escuela,
se perdían a diario;
al no poder levantar el cuello,
pues de tanto mirar al suelo
lo tenían bloqueado.

Una mañana paseando
en la carretilla con su abuelo,
se quedó prendada de un árbol.
Era su copa de bolitas doradas
preciosas como el oro
distinguidas y brillantes
como jamás viera Jeni,
que así se llamaba la pequeña.

A partir de aquel día
Jeni le pedía a su abuelo
que la llevara bajo el dorado árbol;
y allí se pasaba las horas
contemplando como brillaba.

Al fin el abuelo, curioso,
le preguntó a Jeni
por que insistía en volver
al mismo lugar a diario;

y la niña le contó lo que veían sus ojos.
El abuelo, al no poder girar la cabeza,
se tumbó en el suelo,
y cuando miró al cielo
sus asombrados ojos
descubrieron las bolitas de oro.

Como habían muchas bolitas,
el abuelo pensó en el bien de su pueblo.
Inventó con cuerdas y maderas
un ascensor a polea
que serviría para que todos
salieran de la miseria.

Y fue Jeni la encargada
de que nadie cogiera más bolitas que las necesarias.

Aquel pueblo de cabeza agachada,
y absoluta pobreza
comenzó una vida nueva.
Dejaron atrás la tristeza
y empezaron a levantar la cabeza.
Discurrían por las calles
con risas y alegrías
y la felicidad fue completa.

Mientras tanto Jeni,
hacía cada año el reparto
de las bolitas nuevas
que producía el árbol dorado.

Y con los años, todos los habitantes
de aquel pueblo olvidado,
caminaban mirando al cielo
dando gracias a las estrellas.

Y a la divina providencia
por permitirles disfrutar
no sólo del trabajo de su tierra,
sino también de los regalos
del árbol de los milagros.


Cuento dedicado a mi nieta María con todo mi cariño

ELDA 11 de marzo de 2017
Jesús Gandía Núñez













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