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Apuntes en el campo
Relajado, a la sombra de los pinos,
con la compañía perpetua del viento,
y el continuo trinar de los
pajarillos;
transcurre esta tarde placentera de domingo.
Voy dando vueltas a recuerdos añejos:
al tronco seco del albaricoquero
que plantó el abuelo Horacio,
traído de su terreno alpujarreño,
y al que hicimos revivir
rodeándolo de un rosal de pitiminí
y ahora luce un verdor envidiable
y unas diminutas pero atrevidas rosas
rojas.
Recuerdo la primera olivera: un
tronco viejo
en abandono completo
que con la sabiduría de mi amigo Juan
y mi pequeña ayuda
se ha convertido
en una olivera esplendorosa.
Qué
decir de las higueras
que plantó el abuelo Paco;
son las bedettes del campo.
Cuando llega Agosto mis nietos
suspiran por sus higos ;
me dicen “los blancos son muy buenos,
pero los negros dulces como el membrillo”.
Más de 50 pinos planté en el terreno,
son como otros hijos
por los que trabajé con desespero ;
pues por cada uno que ha crecido
he tenido más de 5 hoyos fallidos.
Otro precioso recuerdo
la comunión de mi hija en Santa
Eulalia.
Toda
la familia nos juntamos
aquella tarde en el campo.
Claro que cuando repaso las fotos
veo los poquitos que de ella
quedamos.
Levanto la vista
y entre las ramas del falsa pimienta
observo en el horizonte a Villena,
al pie de la sierra de la Villa.
Pero el espectáculo clamoroso,
es cuando decae la tarde,
y las Peñas del rey
yerguen espléndidas y audaces
y se recortan al suroeste,
convirtiendo Cabreras
en la más bonita montaña del contorno.
Sin embargo hay algo
que me prima más que nada:
la pequeña y redonda montaña,
que al Oeste cada tarde,
sirve de escenario al ocaso de
nuestro más luminoso astro.
Verdaderamente
este humilde remanso de paz
es un regalo para los sentidos
y para mí el exuberante gozo
de mis más íntimos recuerdos.
Santa Eulalia 17 de junio de 2018
Jesús Gandía Núñez
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