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EL HIJO DEL GAVILÁN (Cuento)
Jaime, era huérfano de padre desde los once años. Vivía en una casita
del barrio de los pescadores, con su madre Juana y su papá “el Gavilán”, como
todos lo llamaban, porque siempre acertaba los puntos donde había los mejores
bancos de pesca. Por esa razón todos los patrones se lo rifaban.
Fue una pena que muriera tan joven. Su esposa Juana sufría si volvía
del mar tarde por alguna inclemencia o tempestad que se presentara. Siempre
padeciendo, como todas las familias de los marineros. Y, ¿quien podía imaginar
que aquel recio marinero, iba a morir a los treinta y seis años, atropellado
por una motocicleta, cuando regresaba andando a casa, después de descargar la
pesca en la lonja?
Tanto para Juana como para Jaime fue un golpe muy duro, del que fueron
saliendo poco a poco y con ayuda de los padres de Juana.
Jaime, “el hijo del Gavilán” acababa de cumplir dieciocho años y su
afición al mar y a los barcos la llevaba en sus genes. Había hecho cursos de
navegación y conseguido títulos de patrón de barco y su máxima ilusión era
poder algún día conducir su propio barco.
Sus abuelos maternos disponían de una antigua embarcación, y a pesar
de que su madre se oponía a que navegara, consiguió el permiso del abuelo para
volverla a flotar. Cosa que consiguieron entre ambos. Tras varias pruebas
comprobó su flotabilidad, y Jaime soñaba continuamente, con la “isla de las
sirenas”, de la que siempre había oído hablar a su padre con verdadera
fascinación.
Por fin cogió confianza en la embarcación y “el hijo del Gavilán”,
puso rumbo a la maravillosa isla, de la que tanto había oído hablar a su padre.
Con los datos del GPS, se dirigió a altamar en su busca y tras tres horas de
navegación avistó la pequeña, pero preciosa isla, rodeada de acantilados menos
por un sitio, al que se acercó el joven capitán.
Desembarcó en la isla, y le pareció como si una sombra de mujer se
refugiara entre la arboleda al verlo llegar.
“El joven Gavilán” recorrió la isla y quedó entusiasmado de tanta
belleza, encontrando, en la única pequeña playa de la isla, unas preciosas
caracolas azules, caballitos de mar de cuatro patas y unos cangrejos con antena
roja. Cuando decidió que ya era tarde y debía regresar, volvió a ver de nuevo a
la muchacha, que saliendo de entre el frondoso bosque, parecía una sirena.
Jaime, se restregó los ojos pensando que serían alucinaciones, pero la
sirena seguía en la playa diciéndole adiós con el brazo. No se lo podía creer,
porque rápidamente volvió a desaparecer.
Por más que estuvo intentando distinguir por donde se había ido, no
consiguió localizar su rastro y finalmente se dio por vencido y regresó con la
embarcación a su casa.
Jamás ha querido contarle a nadie su odisea, para que no lo tomaran
por loco, pero en adelante fue un asiduo visitante de la isla y solo “el hijo
del Gavilán” es consciente de las citas que sigue teniendo en la isla, y los
misterios que la dulce sirena, le descubre en cada uno de sus viajes.
Jaime quedó prendado de aquella medio mujer, medio pez y ya no podía
vivir sin ella. Así que construyó una cabaña en la isla, y como había buenas
provisiones de pesca y frutas se quedó a vivir para siempre con la sirenita y
de cuando en cuando volvía a tierra firme para comprobar que su madre estuviera
bien.
Con los años, a aquella isla le pusieron el nombre de, “El hijo del
Gavilán” pues creían que era el único habitante, pues jamás nadie logró
visualizar a la sirenita, que cuando alguien se acercaba se volvía invisible.
San Juan 6 agosto 2022
Jesús Gandía Núñez
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