2047
MI
VIDA EN QUINQUENIOS
De los cero a los cinco:
no
queda nada en mi memoria
hasta
cumplidos los cinco años,
antes
es un ciclo complicado y oscuro,
del
que solo de mis padres tengo relatos
y
sé lo que ellos me han contado.
Pero de los cinco hasta los diez años:
ya
voy recopilando en la memoria datos,
de
travesuras y desobediencias,
de
regañinas y castigos,
porque
era un callejero empedernido.
De los diez hasta los quince:
una
auténtica euforia, que vivía a diario,
inventando
historias y trapicheando por el barrio,
eso
sí, aprovechando las horas lectivas
y
sufriendo los exámenes malvados.
De los quince a los veinte:
fue
muy diferente
y
me controló un largo horario de trabajo,
pero
como era un crío,
cuando
no nos veían jugábamos.
De los veinte a los veinticinco:
hubo
que asentar las bases de la vida,
primero
mili y después a Elda el traslado,
preparar
el futuro con dedicación y trabajo
y
tomar decisiones serias.
De los veinticinco a los treinta:
después
de la boda, el primer hijo,
disfrutando
de él muy pocas horas,
por
el amplio horario del comercio,
y
aglutinando familia y deporte los domingos.
De los treinta a los treinta y cinco:
dimos
gracias por la llegada de la niña,
y
combinamos tenis y montaña los festivos
y
camping y excursiones en puentes laborables
y
en Semana Santa.
De los treinta y cinco a los
cuarenta:
seguimos
la misma regla,
trabajo
a punta pala, entre semana
y
todos los domingos montaña,
con
cuatro o cinco días en verano en Pirineos.
De los cuarenta a los cuarenta y
cinco:
Ídem
de lo mismo,
para
salir entre semana,
un
madrugón cada mañana,
para
estar a las nueve abriendo la tienda.
De los cuarenta y cinco a los
cincuenta:
más
horas de trabajo que en la guerra,
pero
haciéndolo ilusionados,
para
que los hijos estudiaran lo que quisieran
fueron
años de auténtica osadía.
De los cincuenta a los cincuenta y
cinco:
empiezan
las crisis y decae la economía,
se
asientan en el valle
grandes
centros comerciales
y
el pequeño comercio, siente las consecuencias.
De los cincuenta y cinco a los
sesenta:
tomamos
nuevas iniciativas,
que
no dan buenos resultados,
y
al recibir una buena oferta
decidimos
alquilar la tienda.
De los sesenta a los sesenta y cinco:
dedico
mis esfuerzos
a
la reforma de la tienda de mi tío,
trabajando
allí los últimos años,
hasta
que me jubilo.
De los sesenta y cinco hasta los
setenta:
dispongo
por fin de tiempo libre
y
entre montaña y lectura de libros,
aprendizaje
de inglés y escritura
se
me pasa volando el quinquenio.
De los setenta a los setenta y cinco:
me
adentro en un túnel obscuro,
que
dura cuatro años de tortura,
de
la que solo me exoneran libros y escritura
hasta
que veo la luz de nuevo casi a los setenta y cinco.
Espero
poder añadir algún otro quinquenio,
porque
la ilusión no se termina,
así
que dejo abierto este escrito,
por
si sucediera…
y
todavía puedo divisar las teclas.
Elda
……….
Jesús
Gandía Núñez
De los cero a los cinco:
no
queda nada en mi memoria
hasta
cumplidos los cinco años,
antes
es un ciclo complicado y oscuro,
del
que solo de mis padres tengo relatos
y
sé lo que ellos me han contado.
Pero de los cinco hasta los diez años:
ya
voy recopilando en la memoria datos,
de
travesuras y desobediencias,
de
regañinas y castigos,
porque
era un callejero empedernido.
De los diez hasta los quince:
una
auténtica euforia, que vivía a diario,
inventando
historias y trapicheando por el barrio,
eso
sí, aprovechando las horas lectivas
y
sufriendo los exámenes malvados.
De los quince a los veinte:
fue
muy diferente
y
me controló un largo horario de trabajo,
pero
como era un crío,
cuando
no nos veían jugábamos.
De los veinte a los veinticinco:
hubo
que asentar las bases de la vida,
primero
mili y después a Elda el traslado,
preparar
el futuro con dedicación y trabajo
y
tomar decisiones serias.
De los veinticinco a los treinta:
después
de la boda, el primer hijo,
disfrutando
de él muy pocas horas,
por
el amplio horario del comercio,
y
aglutinando familia y deporte los domingos.
De los treinta a los treinta y cinco:
dimos
gracias por la llegada de la niña,
y
combinamos tenis y montaña los festivos
y
camping y excursiones en puentes laborables
y
en Semana Santa.
De los treinta y cinco a los
cuarenta:
seguimos
la misma regla,
trabajo
a punta pala, entre semana
y
todos los domingos montaña,
con
cuatro o cinco días en verano en Pirineos.
De los cuarenta a los cuarenta y
cinco:
Ídem
de lo mismo,
para
salir entre semana,
un
madrugón cada mañana,
para
estar a las nueve abriendo la tienda.
De los cuarenta y cinco a los
cincuenta:
más
horas de trabajo que en la guerra,
pero
haciéndolo ilusionados,
para
que los hijos estudiaran lo que quisieran
fueron
años de auténtica osadía.
De los cincuenta a los cincuenta y
cinco:
empiezan
las crisis y decae la economía,
se
asientan en el valle
grandes
centros comerciales
y
el pequeño comercio, siente las consecuencias.
De los cincuenta y cinco a los
sesenta:
tomamos
nuevas iniciativas,
que
no dan buenos resultados,
y
al recibir una buena oferta
decidimos
alquilar la tienda.
De los sesenta a los sesenta y cinco:
dedico
mis esfuerzos
a
la reforma de la tienda de mi tío,
trabajando
allí los últimos años,
hasta
que me jubilo.
De los sesenta y cinco hasta los
setenta:
dispongo
por fin de tiempo libre
y
entre montaña y lectura de libros,
aprendizaje
de inglés y escritura
se
me pasa volando el quinquenio.
De los setenta a los setenta y cinco:
me
adentro en un túnel obscuro,
que
dura cuatro años de tortura,
de
la que solo me exoneran libros y escritura
hasta
que veo la luz de nuevo casi a los setenta y cinco.
Espero
poder añadir algún otro quinquenio,
porque
la ilusión no se termina,
así
que dejo abierto este escrito,
por
si sucediera…
y
todavía puedo divisar las teclas.
Elda
……….
Jesús
Gandía Núñez
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