2024
EXCURSIÓN A LA LAGUNA VERDE (Cuento)
En invierno de 1980, Fabián era un niño de 14 años,
pálido y delicado, casi siempre enfermucho, por lo que faltaba muchos días a
clase, donde la única amiga que tenía era Marta. Sus papás lo habían apuntado a
una excursión por la sierra para este fin de semana, con la intención de que
consiguiera fortaleza física.
Salieron a las 8 de la mañana, con el autobús que los
trasladaría al pie de la sierra, con un total de veinte jóvenes entre 13 y 15
años. Durante el recorrido la mayoría aprovecharon para cantar canciones
tradicionales que conocían, pero Fabián, melancólico y algo asustado, no se
sumó a la fiesta.
Capitaneaba la excursión Don Genaro, profesor de
geografía, y en la retaguardia cerraba el grupo la joven Teresa, profesora de
Sociales, a la que le encantaban estas salidas a la naturaleza.
La senda serpenteaba ganando altura y la respiración
de algunos niños, entre ellos nuestro protagonista, se iba haciendo
dificultosa.
Cuando estaban muy cerca de un collado y al cruzar un
pequeño arroyo, Marta, muy atrevida, quiso hacerlo de un gran salto y se dobló
el tobillo, cosa que complicó la excursión. Los dos profesores la atendieron y
vendaron su pie para que pudiera continuar apoyándose en un palo, pero a los
pocos pasos Marta gritó dolorida – No puedo caminar me duele mucho. En vista de
aquel contratiempo, Don Genaro y Teresa acordaron que esta última se quedara
con la niña y los esperaran allí, junto al arroyo.
Pero entonces Fabián que era muy amigo de Marta, a
pesar de su timidez les dijo a los profesores –Yo también me quedo aquí, no
puedo seguir más, les esperaré con Teresa y Marta. Al principio, Don Genaro
negó con la cabeza, pero pensándoselo mejor asintió y permitió que se quedaran
los tres allí. El grupo continuó monte arriba hasta llegar a la “laguna verde” donde
la tradición cuenta que vivía por los alrededores un lobo que aullaba durante
las noches de luna llena. Algunos de los niños querían bañarse en aquellas
aguas tan verdes porque el fondo estaba lleno de unas algas raras que lo teñían
todo de ese color, pero Don Genaro no quería tener más complicaciones y no lo
permitió. Sacaron los bocadillos que llevaban y almorzaron. Mientras el cielo
se nubló con rapidez y quedaron sumidos en una oscuridad misteriosa.
Lo mismo les ocurrió a Teresa, Marta y Fabián, que
habían quedado en la soledad de aquel arroyo protegido por fuertes riscos y
enormes robles, ahora sin apenas luz, por las oscuras nubes que le daban un
siniestro aspecto.
Marta empezó a escuchar unos aullidos y asustada se lo
dijo a la profesora, quien intentó escuchar, pero no los oyó, solamente sintió
como si la tierra se agrietara alrededor de ellos y cayeran algunas ramas de
los robles a tierra, vencidas por el viento. Fabián se juntó a las dos chicas,
superando su miedo e intentando protegerlas. Veían sombras a su alrededor que
desaparecían veloces como el viento, eran las hojas de los árboles (Más tarde
se enteraron que había habido un pequeño terremoto).
Entre tanto Don Genaro y el resto de niños, terminado
el almuerzo, iniciaron el regreso, pero dada la oscuridad, el profesor equivocó
la senda de bajada y siguieron un itinerario equivocado, perdiéndose en la
vertiente contraria de la sierra. A las cuatro de la tarde seguían caminando
con algunos niños ya extenuados, y Don Genaro maldicía la decisión de haberlos
llevado a la sierra.
Aquel extraño fenómeno que dejó el monte en total
oscuridad, consiguió que Teresa perdiera la calma y no tuviera fuerzas para
animar a la asustada Marta que no paraba de llorar por el dolor del tobillo y
la profesora veía que se iba a hacer de noche sin que las ayudaran a regresar.
Teresa andaba muy preocupada sobre todo porque Don Genaro le había comentado
que antes de las 2 estaría allí con los niños y pensaba para sus adentros –¡Qué
les habrá ocurrido!.
El único que no cambiaba su delicado aspecto era
Fabián que acostumbrado a sus miedos no distinguía que esta vez el problema sí
que era peliagudo. Y viendo que allí estaban perdiendo el tiempo y se hacía
tarde, propuso a Teresa regresar por el sendero que habían venido y llevar a
Marta apoyada entre los dos.
Asintió Teresa, dejando una nota en una hoja para
cuando viniera Don Genaro. Los tres comenzaron un regreso infernal por las
paradas que tenían que hacer cada vez que Marta rabiaba de dolor. En una de
esas paradas, Marta volvió a oír los raros aullidos y le tuvo que confirmar
Fabián que no eran tales aullidos, sino un pájaro que los seguía con un raro
graznido.
A todo esto, Don Genaro y los niños llegaron a un
pueblo donde pudieron pedir ayuda. Desde la centralita del pueblo comunicaron
al colegio lo que había ocurrido para que alguien saliera a recoger a Teresa,
Marta y Fabián, y que el autocar se desplazara hasta aquel pueblo para regresar
el resto del grupo al colegio, donde ya estaban los padres muy preocupados
esperando su llegada.
Fabián no solo colaboró para ayudar a Marta en aquel
sendero lleno de obstáculos, sino que cuando Teresa tenía dudas en los cruces
de caminos era él el que la asesoraba, pues tenía una enorme memoria y
recordaba perfectamente el recorrido.
Al fin pudieron llegar, ya anocheciendo, al lugar de
donde partieron y seguidamente aparcó el autocar que venía de recoger al resto
de niños excursionistas y a Don Genaro que estaba muy excitado, pensando que
aún estarían Teresa, Marta y Fabián a esas horas en la sierra y al verlos dio
un gran grito de alegría y todos los niños aplaudieron y volvieron a cantar una
de sus canciones favoritas.
Ni que decir que tanto los papás de Fabián como sus
profesores lo felicitaron por la actitud tan positiva que adoptó para colaborar
con Teresa y ayudar a su amiga Marta. Y a partir de aquel día dejó de ser el
niño tímido y enfermizo al que todos subestimaban, ahora todos querían ser sus
amigos.
9 de Enero 2022
Jesús Gandía Núñez
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.
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