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LA TERNURA DEL
GRANDULLON (Relato)
Sergio tenia 7 años cuando sus padres, venciendo
sus miedos, decidieron tener otro hijo. Y cuando nació Belén, su hermano mayor
ya había cumplido 8 añitos y se debatía a diario con sus compañeros de educación
especial en aquel colegio donde todo eran cariños y ternura.
Belén fue
creciendo a la sombra de aquel chico corpulento que la quería a rabiar. Sergio
donde únicamente se sentía ignorado era con los chicos de su calle que apenas
contaban con él para nada. Siempre su madre atenta a los desaires de sus
vecinos, lo llamaba con el pretexto de que cuidara de la pequeña Belén. Ésta
era el osito de peluche de Sergio y la niña se sentía feliz en sus brazos.
Belén acababa de
cumplir 18 años y se disponía a ingresar a la universidad con unas excelentes
notas. Desde que acompañaba a su madre, a recoger a Sergio a su escuela,
siempre tuvo la intención de ocupar el puesto de una de las profesoras de
Sergio y ahora había llegado el momento para conseguirlo. Creció en ella tanto
la ternura y el apego a aquellos niños necesitados de cariño que no lo pensó dos
veces y se matriculó en magisterio para educación especial.
Aquella tarde
como otras tantas salió de paseo con el grandullón de su hermano, por aquel
solitario parque a las afueras de su barrio. Y cuando ambos susurraban una de
las canciones infantiles que le gustaban a Sergio, se les acercaron tres
jóvenes que provocaron a Belén con gestos obscenos y se burlaron de Sergio, a
lo que ella replicó autoritaria y con genio para alejarlos. Estos siguieron
insistiendo para intimidarla y Sergio que hasta entonces les había reído las
gracias, al ver enojada a su hermana y zarandeada por uno de los chicos, se
levantó y lo agarró por la sudadera separándolo de un empujón de Belén como si
fuera un pelele.
Los otros dos chicos
intentaron agredirlo, pero sus golpes lo único que conseguían era enfurecer más
y más a Sergio, que acabó poniéndolos pies en polvareda. Mientras, su hermana,
había llamado con su móvil a la policía que apareció en cinco minutos
Aquel primer
susto de Belén no fue a mayores y a partir de entonces tuvo muy claro que no
debía andar sola por según que sitios solitarios y que Sergio era su ángel de
la guarda.
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