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UNA
TRAVESURA CON ACIERTO (Relato para I Antología de G.P.)
Miguel y Juanito, eran dos grandes amigos y
compañeros de escuela, vivían en un pueblo paradisíaco, al pie de la sierra y
por las afueras discurría el río Cortado, que rara vez lo habían visto seco, y
aunque su caudal no era muy importante cumplía perfectamente para abastecer las
necesidades de riego de la huerta del pueblo. Y además era el lugar por donde
los chiquillos jugueteaban a sus anchas, pues en sus márgenes había grandes
prados donde jugar y revolcarse.
En la época veraniega, y en el azud de antes
de llegar al puente que cruzaba la carretera, los niños se bañaban por las
tardes cuando ya no tenían escuela. Pero aquella tarde Miguel y Juanito,
cansados de aquella rutina, se pusieron de acuerdo y siguieron ladera arriba.
Sabían que a media altura de la montaña, y donde no llegaba ninguna pista ni
carretera, existía un caserón
deshabitado
del
que les habían contado sus familiares muchas historias antiguas. Aún ahora
comentaban algunos que por las noches se veían luces que se apagaban y se
encendían.
Miguel y Juanito no dijeron a nadie a donde
se dirigían, por descontado a sus padres tampoco. Cuando se estaban acercando
temerosos a aquellas ruinas pudieron escuchar una conversación que apenas
entendían; se escondieron asustados tras los matorrales y pudieron ver como
parecía que discutían dos hombres de mediana edad y con aspecto algo desaliñado,
pero de complexión fuerte.
El aspecto amenazante de aquellos hombres
junto a dos escopetas que no sabían, los jóvenes de 12 años, muy bien qué clase
de armas eran, los pusieron en guardia. Aguantaron la respiración todo lo que
pudieron y al final llegaron a entender una frase al más alto –“No podemos
seguir aquí más días, la gente del pueblo se puede mosquear y descubrirnos.
Será mejor que esta noche aprovechemos para llegar a la carretera y hacernos
con un coche para huir lejos, después de una semana no creo que nos vayan a
buscar tan cerca del atraco”- y el hombre más bajo, pero muy corpulento
contestó – “ El plan era quedarnos aquí unos días mientras se calmaban las
pesquisas, ahora ya no aguanto más en este sucio agujero sabiendo que con este
dinero podemos disfrutar de los placeres del Caribe sin que allí nadie nos
encuentre jamás”-
Ambos hombres entraron en la casa y los niños
aprovecharon para salir corriendo para el pueblo y contar a sus padres lo que
habían descubierto.
La regañina de los padres fue tremenda, pero
actuaron con rapidez dando parte por teléfono a la guardia civil, quien les
advirtió que no se acercara nadie a la casa, pues eran unos delincuentes muy
peligrosos, que habían atracado un banco de una población cercana y habían
herido a un guardia.
En menos de media hora llegaron al pueblo
varios furgones de policía, que una vez informados por Miguel y Juanito del
lugar donde estaban los atracadores, consiguieron sorprenderlos y detenerlos
sin disparos ni violencia. Y los niños siguieron con su baño diario sin
intentar nuevas aventuras.
Elda 4 Julio 2019
Jesús Gandía Núñez
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