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HISTORIAS POPULARES DE BOLÓN
Casi todos los viernes tengo una cita con mi amigo el Peñón del Trinitario. Él, con su pétreo y silencioso gesto, me expresa historias de Bolón
asombrosas. La que me ha contado hoy, no sé si creérmela. Dice, que durante siglos, corrió de boca en boca. Y comienza así:
“Hace millones de años, las montañas no estaban
situadas en el lugar donde están ahora. Y solo sobresalían del mar, que ocupaba
nuestro Valle, unos cuantos cerros de poca monta. Pero llegaron años de
convulsiones y aquellos pequeños montículos crecieron y el mar desapareció de
nuestro entorno. Fueron tiempos de hecatombes, de movimientos sísmicos y de
desproporcionados abultamientos que se asentaron en el Valle. El más
significativo, la sierra del Cid que se convirtió en la montaña que siempre
abanderó a sus habitantes.
Hubieron otros pequeños roquedos menores, pero también
importantes, como el Marín y Camara, y en particular el monte Bolón que por su
cercanía, fue materia prima para los habitantes de Elda. De él, se proveían de
leña, de hierbas curativas, y utilizaban la abundancia de esparto para hacer
diversos capazos, serones y albarcas. También abancalaron Bolón hasta media
altura, para la producción de cereales. Y al Valle lo dividía, el precioso río
Vinalopó, que era la arteria principal que le daba vida, y el cual cruzaban sus
habitantes, por distintas pasarelas”
Hasta aquí, y de todo esto, si que hay constancia, por
los documentos que se han encontrado, pero lo más difícil de creer, es lo que
me ha dicho después:
“Todas las cuevas de Bolón, eran utilizadas, algunas
como lugares sagrados, donde se celebraban ritos funerarios e incluso para
enterramientos. Cada cueva tiene su historia propia, y la más conocida soy yo,
el Peñón del Trinitario, aunque ahora estoy bastante desfigurado, debido a la
erosión por lluvias y vientos. Pero, desde la mayoría de las cuevas, podíamos
observar, con detalle, los movimientos de los habitantes del pueblo y la llegada
de invasores, así que éramos puntos estratégicos donde siempre había algún
centinela o vigilante.
Más cercano a nuestra actualidad y durante la guerra
civil, las cuevas se volvieron a utilizar de escondite. Al igual que las del
Marín, donde incluso estuvo refugiado un “maki” algunos meses, y su familia le
hacía llegar alimentos para que sobreviviera”.
Después me ha dicho el Peñón entristecido:
“He quedado tan
solo yo, como único heredero de todas estas historias, y me temo, que pronto,
las pocas rocas que me apuntalan, se verán abocadas al vacío, desmembradas en pequeñas
y tristes piedras desconocidas y sin nombre. Nadie recordará, a la vuelta de cien
años, mi porte elegante, ni mi importancia”
Terminada su oratoria, y bajo el pinar, retomo yo la
palabra y me despido de mi amigo con la mano en el pecho y cojo el camino de
regreso, antes de que las altas temperaturas, me dejen aquí escocido y tieso.
Elda 17 junio 2022
Jesús Gandía Núñez
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