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En eso se convierten nuestras ciudades
en auténticos cementerios vivientes,
llenos de personajes que te ignoran,
que caminan a tu lado sin hacer el más mínimo gesto.
Son auténticos esclavos del tiempo
que tan solo persiguen objetivos concretos;
que no pueden ofrecer una sonrisa de un segundo,
ni escuchar con atención un lamento.
Nos hemos subido al carro de las prisas,
que como cualquier otro carro
solo tiene cuatro ruedas,
y como se nos pasa el tiempo, somos carne de cementerio.
Leños que dormitan entre muros de cemento y hierro,
desconocidos apátridas que suspiran en sueños;
seres que ya no practican el lenguaje de la palabra,
que se sustentan golpeando dulces teclas de plástico.
Simples seres sin identidad apenas,
ubicados entre grandes colmenas
que en lugar de producir la rica miel de la amistad
son fruto de conflictos y grandes miserias.
Elda 18 Diciembre 2018
Jesús Gandía Núñez
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