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CABALLO BLANCO (Cuento infantil)
Por alguna razón inexplicable, el primer día de la
primavera, fue una fiesta grande en la finca de los Romero.
Con escasas horas de diferencia nacieron Juanito y “Sultán”.
Solamente por el nacimiento del primogénito de la familia ya era un día grande.
Pero la yegua “Crines” no quiso ser menos y parió a un espléndido corcel blanco,
al que llamarían “Sultán”
Así que aquel día, se juntaron en la pequeña finca el
veterinario y el ginecólogo. Éste último decidió que una ambulancia trasladara
a la parturienta al hospital más cercano, por si se presentaban complicaciones.
Pero Inocencio, el veterinario, acompañó con sus cuidados a “Crines” hasta que
por fin “Sultán” salió, casi en estampida.
Todo fue muy bien en el Hospital, y al día siguiente, ya
estaban en la finca Juanito y su madre. Con los ojos muy abiertos y hechizados
por la belleza de “Sultán”.
Convivieron en su infancia, el potrillo y Juanito,
llegando a ser “uña y carne”. Solo que “Sultán” notaba el rechazo del resto de
yeguas y potros de la cuadra, porque era blanco. La excepción era su madre, el resto lo tenían degradado por su
color
“Sultán” solo estaba a feliz, cuando llegaba Juanito
del cole quien le dedicaba todos los mimos y ternuras de que era capaz. El
pequeño se había convertido en su amigo, en su hermano, en su compañero de
juegos. En fin, los dos juntos se sentían muy a gusto.
Así que desde muy pequeño lo montaba como si fueran
hermanos.
“Sultán se acostumbró a la compañía de Juanito, quizás
por verse rechazado por el resto de la cuadra, y tan solo permitía que el niño
lo montara. Desde muy niño, pero siempre ayudado por su padre, pues su altura
no daba para subir solo, el niño y “Sultán” se daban paseos diarios alrededor
de la finca.
El animal tenía una estampa primorosa, sus crines
totalmente blancas, brillaban con los rayos del sol como si de nieve se
tratara.
Pasaron unos años y cuando Juanito se enteró de que
había carreras en una ciudad cercana, le
pidió a su padre que los inscribiera. Al principio el padre y la madre
estuvieron reacios, pero insistió tanto el joven que por fin los inscribieron.
Aquel día tanto “Sultán” como el joven se sentían como
estrellas, pero casi nadie creía en ellos. En cuanto oyeron el disparo dando la
salida, en un tándem perfecto, fueron disparados en busca de la llegada. Como
un volcán en erupción adelantaban a todos sus contrincantes, hasta cruzar
victoriosos la meta. En su abrazo sudoroso, estuvo su mejor premio.
Esto, solo fue el principio de una época con grandes
victorias para aquella pareja inseparable. “Sultán” ya no solo recibía los
cariños de Juan, toda la familia le expresaba su admiración. El caballo parecía
entender que su esfuerzo había valido la pena. Y hasta consiguió que el resto
de la cuadra lo miraba con respeto.
Elda 30 abril 2022
Jesús Gandía Núñez