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NO MIRAROS AL ESPEJO
Del abandono en que hemos
caído,
me doy cuenta tan solo, cuando
me afeito.
Es la única vez que me miro al
espejo,
y entonces me comparo con mi
edificio.
Con el suelo de la terraza
herido,
un patio interior, de humedad sombría,
donde las grietas, de tan
cercanas, fornican;
unos toldos que el viento hizo
jirones,
que semejan golondrinas que no
despegan,
y piden a gritos un urgente recambio;
unas paredes blancas que
necesitan brocha,
antes de que se conviertan en
el color de los chinos.
La misma imagen tengo yo cuando
me veo,
con la cara labrada, como un
bancal de arrugas;
mi gran cabellera convertida en
flequillo,
escaso y vestido de blanco, como las novias;
mis piernas, antes vitales, son ahora esclavas
de la artrosis y de la
degeneración continua;
las manos, con dedos que ya no obedecen,
e impiden estrechar las que me ofrecen
mis amigos;
tengo que salir al exterior con
la piel protegida
con gorra y gafas para que el sol
no se cebe,
como un fantasma que se esconde bajo la sábana,
para que no lo extermine la luz del día.
Han pasado 23 años desde que
llegué a esta casa;
con un cuerpo excelente que
parecía eterno,
cargado de ilusiones y una actividad
extrema.
La casa estaba exultante y
recién terminada;
pero la crueldad del tiempo nos deterioró a
ambos,
y aunque vamos resistiendo de
mala manera,
las carencias se agravan;
así que lo mejor será no
mirarme en el espejo
yo, ya no tengo arreglo, pero
sí lo tiene la casa
y habrá que darle un repaso de
arriba abajo.
Pero eso será, cuando este “bichito”
acabe la temporada.
Elda 20 Abril 2020
Jesús Gandía Núñez
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