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RUIDOS DE ALTURA
Son sonidos que escucho en la
azotea;
con los ojos cerrados, desde
aquí arriba,
se oye una moto en la lejanía,
pero cerca, continuos ladridos me martirizan.
Se han convertido en este
confinamiento,
los perros, en seres
privilegiados de primera,
y gracias a ellos lo son
también sus dueños,
que pueden salir cuando quieran.
Aquí muy cerca de mi azotea, compiten
de forma angustiosa, un perro y una cotorra,
el perro ladra y la cotorra le
contesta,
y así pasan horas sin que nadie
les reprenda.
En la esquina de arriba, está
el macho alfa,
que es el dueño de la manzana;
cada vez que pasea un perro por
la calle,
le amenaza, con ladridos como si
lo devorara.
Menos mal que también hay
armonía,
de dulces gorriones que
revolotean,
y no quiero olvidar el zumbido
de las abejas
que laboran sin descanso entre
las plantas.
De tanto en tanto el motor de un coche cruza la calle
lento sin prisa,
atemorizado por el perro alfa
y entre campanadas que marcan las horas,
me amodorra, la suave brisa que
me acompaña.
Las tardes son algo más
tranquilas,
hasta que a las ocho nos da por hacer palmas
y suenan las sirenas que
revolucionan al vecindario,
para terminar la tarde con "Resistiré del “Dúo Dinámico”
Elda 24 Abril 2020
Jesús Gandía Núñez
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