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TERROR EN LA COCINA
En la despensa de un restaurante
de tres relucientes estrellas,
compartían bol distinguidos vegetales.
A saber: una cebolla de
Villena,
un tomate de la vega “granaina”,
un pimiento verde y otro rojo
de la ufana huerta murciana
y unos hermosos ajos de
Pedroñeras.
Todos estaban algo incómodos
junto a olores que no deseaban
y comenzó una tribal disputa.
La cebolla decía que era
primordial en la fritura,
el tomate que sin su jugo nada
se condimentaba,
el pimiento rojo que sin su
color
parecería el plato una losa de
tumba,
el pimiento verde que le daba
un tono ecológico
y los ajos se reían de todos
asegurando que sin ellos
nunca resultaría un plato
sabroso.
Y en estas cuitas andaban,
cuando el cocinero agarró firme
a la cebolla,
la desnudó por completo
y la troceó en mil pedazos.
Ante semejante salvajada
los demás vegetales
intentaron ponerse a cubierto,
pero fue tan grande la decisión
del cocinero
que ninguno escapó al filo de
su cuchillo.
Atemorizados y diseminados por
el miedo,
al ver el aceite hirviendo,
suplicaron merced al cocinero,
al que le caían grandes
lagrimones,
no de lástima sino de la
cebolla cortada,
y todos fueron abocados a la
sartén sin consuelo.
Los salteó el cocinero con mano
maestra
y una vez bien revueltos
se dieron cuenta de que juntos
constituían un sofrito
exquisito.
Ya me gustaría a mí que en nuestra piel de toro
se dieran cuenta las comunidades
que todas unidas resultamos especiales.
Elda 6 Noviembre 2020 – Jesús Gandía Núñez
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