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YO ME QUEDO EN CASA (Relato para la serie Confinados)
Después de doce días sin salir
a la calle, hoy no he tenido más remedio que armarme de valor y salir a la
farmacia, la medicación no admite pausas. He salido como un ladrón, a
hurtadillas, mirando a derecha e izquierda, por si alguien me veía; a pesar de
que estaba lloviendo no he querido coger el paraguas porque con los guantes
andaba como el el gato con botas. Así que me he ido mojando, más de las chorreras de
los edificios, que del agua que caía.
He salido preparado de casa con
las cartillas y las recetas en un bolsillo y en el otro la cartera. He entrado
a la farmacia, a la que tengo costumbre de ir, le he pedido a la chica lo que
necesitaba, al tiempo que le ofrecía las cartillas y las recetas. Cuando me lo
ha sacado todo, le he preguntado por las mascarillas y con amabilidad me ha
dicho que no tenían, como yo ya imaginaba. También le he preguntado si tenían
guantes porque en casa los que teníamos no nos valían por ser demasiado
voluminosos y me ha dicho que tampoco, pero ha tenido le deferencia de ponerme
en la bolsa un par de los que tienen para ellas; al mismo tiempo ha entrado
otro muchacho preguntando por guantes y ella misma le ha contestado que no
tenían. Por todo lo cual he vuelto a casa con la satisfacción de haber ganado
una pequeña batalla.
He dejado la bolsa en la
escalera de casa y he cogido el carro de la compra, que ya había dejado
preparado, y he seguido mojándome hasta la frutería más cercana. Al llegar he
tenido que guardar turno en la calle, habían 4 delante, y me he quedado
indefenso ante la climatología; hasta que me ha llegado el turno, nos mirábamos
con desconfianza, unos con la mascarilla alguno sin nada y yo con una braga de
montaña. Dentro habían otras 3 personas más; antes de pasar me he fijado que
todos se ponían otros guantes transparentes encima de los que llevaban, así que
he hecho lo mismo con dificultad, nada comparable con la que he tenido para
coger una bolsa y poder abrirla con los guantes puestos; en vista de que no lo
conseguía le he tenido que pedir por favor al dueño que me la abriera.
He empezado a llenar las bolsas
a ojo, de frutas y verduras, es la primera vez que voy solo a la compra, así
que os podéis imaginar con que destreza he elegido el producto. Mientras yo he
estado llenando las bolsas, he visto cómo entraban y salían por lo menos 10
personas. Eso habla de la soltura que tengo comprando.
Aunque llevaba una lista en el
bolsillo de lo que hacía falta he confiado en mi memoria y no he llegado a
sacarla, convencido de que lo tenía todo, más alguna cosa que he añadido por mi
cuenta. Pues cuando he hecho el recuento en casa se me habían olvidado las
patatas.
En fin, he regresado bien
mojado, pero contento por esta experiencia nueva para mí, aunque sé que para
otros esto no tiene importancia. Claro, nada de lo que he traído se parecía al
peso que llevaba apuntado porque yo iba echando “a ojo de buen cubero” las
frutas en las bolsas. Y la jefa me ha regañado por gastar más de la cuenta.
El protocolo al llegar a casa
ha sido exigente y muy reflexivo. Siguiendo con orden la colocación de las
bolsas en la escalera, donde pasarán alguna noche, hasta que nos vayan haciendo
falta.
Mis cosas personales en una
pequeña bolsa, los zapatos en la puerta, donde ya tenía preparadas unas
alpargatas, y allí mismo me he desnudado y metido la ropa en una gran bolsa;
cogiendo la toalla que había dejado preparada y desde allí a la ducha y a
sentirme otra vez persona.
¡Uf!, una cosa tan simple y para mí, en estas circunstancias, la
aventura más complicada, se me han quitado las ganas de volver a salir de casa.
Mientras quede una zanahoria, calmaremos con ellas el apetito y cuando se
acaben, pondré a toda la familia a dieta, pero YO, ME QUEDO EN CASA.
Elda 27 Marzo 2020
Jesús Gandía Núñez
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