1434
LA HISTORIA DE “CHUSQUI"
¡Hola amiguitos! Me llamo
“Chusqui” y como podéis imaginaros por mi nombre, soy un chucho, o un perro, que
de todas formas me llaman, y os extrañaréis por la osadía de escribir mi
historia, pero cuando la leáis comprenderéis mis motivos.
Mirar, yo nací en una buena
familia, donde me querían mucho y me trataban como a un marajá; mis dueños eran
dos abuelitos, sin hijos, que me cuidaban y me daban mucho cariño. Pero ya
tenían una edad avanzada y duraron pocos años.
Una noche mi dueña sufrió un
infarto y a pesar de que su esposo pidió auxilio por teléfono, cuando quiso
llegar la ambulancia ya no hubo remedio. Mi dueño que le llamaban Manuel pegó
un bajón terrible al quedarse viudo, tanto es así que la tristeza le hizo
perder, primero la cabeza, y más tarde también la vida. Fueron tiempos muy
duros para mí, acostumbrado al amable y correcto trato de Amalia, mi dueña, el
desorden que produjo en Manuel su muerte fue terrible, y quedó reflejado en mis
cuidados. A veces se pasaba una semana sin sacarme a la calle y yo tenía que
hacer mis necesidades dentro de la casa. Y aunque comprendía el estado anormal
de Manuel, padecía las consecuencias de no comer a diario y la falta de agua,
que a veces tenía que ingeniármelas y empinarme al grifo cuando él lo abría.
Pero lo peor llegó cuando se
llevaron a Manuel al hospital, de donde ya nunca regresó. Viendo el panorama
que me esperaba, salí tras la ambulancia, con la intención de esperar en la
puerta del hospital a que le dieran el alta. Después de una semana en la
puerta, comiendo lo poco que algunos sanitarios me ofrecían, fui engañado por
un hombre que enseñándome unos huesos con algo de carne, me llevó hasta su
coche y me condujo hasta las afueras, a un barrio chabolista.
Si hasta entonces creí, haber
pasado malos ratos, ahora os voy a contar lo terrible que me a aconteció a
partir de entonces.
Lo primero que hizo fue ponerme
una cadena y atarme en un oscuro patio a una argolla. Y a partir de entonces mi
vida dependió de mi fuerza, que cada vez se hizo más agresiva. A aquel malvado
fulano lo llamaban “Trueno", y nunca un nombre estuvo tan bien aplicado,
porque sus órdenes eran chillidos y sus repulsas patadas en mi hocico. Me tuvo
un tiempo entrenando con otros perros que traía y me hacía enfrentarme a ellos;
si los vencía comía, y si no acababa con ellos, me castigaba con sendas patadas
por todo el cuerpo.
No tuve más remedio que sacar
lo más terrible de mis energías y luchar a diario para no debilitarme por falta
de comida. Por fin intuyó “Trueno" que ya estaba preparado y me llevó a un
corral cercano atiborrado de inhumanos salvajes, que se jactaban de los perros
que competíamos para su divertimento. Mi primer contrincante no fue muy feroz,
el pobre estaba algo maltrecho de otros enfrentamientos de días anteriores y lo
vencí con cierta facilidad. Pero por lo visto, tras tres días de combates ganados,
me pasaron a otra categoría superior, donde mi dueño “Trueno" recibiría
doble premio en metálico si yo vencía. Aquella noche sentí sobre mi cuerpo
dentelladas de todas las medidas y acabé malherido y mediomuerto.
Cuando llegamos a casa el
correctivo que me infringió “Trueno" fue peor que la lucha que había
mantenido. Acabé sumido en todas las lágrimas de mi cuerpo mezcladas con la
sangre de mis heridas y me sentí tan desdichado que deseé reunirme con mis
anteriores dueños en el cementerio.
Al día siguiente “Trueno"
me soltó de la cadena me llevó a la puerta de la casa y allí mismo me despidió
con una sonora patada.
Desde entonces soy un perro
callejero y cada día tengo que buscarme la vida como puedo.
He conocido a mucha gente, unos
más compasivos y otros más déspotas, pero ya no me fío de ninguno, prefiero
vivir solo y convivir con mis penas.
¡Ah! Se me olvidaba contaros
por qué escribo. Pues veréis, en mis largos días de callejero, una noche conocí a
un poeta bohemio, que compartió conmigo lo poco que tenía. Y aquel hombre me
instruyó en la escritura. Me contó que le quedaban muy pocos días de vida, pero
que era su deseo que alguien siguiera su rutina con las letras. Yo no estoy
seguro si él era poeta, o era un mago bueno, porque a partir de entonces, y
aunque jamás aprendí a hablar, me dio por coger con la boca la pluma y expresar
todo lo que sentía. Y eso fue un gran desahogo de mis penurias que debo al
poeta.
No sé si os he aburrido mucho con
mi historia, pero era algo que llevaba entre oreja y oreja, desde hace mucho
tiempo y hoy me he decidido a contárosla. Ya sabéis me llamo “Chusqui” y soy un
perro culto, pues la vida no para de aleccionarme cada día. Pero aunque me veáis
por la calle, no quiero más ayuda, dejar que sea mi destino quien dicte mi
último día.
Elda 15 Enero 2021
Jesús Gandía Núñez
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario