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LA MAYOR AVENTURA DE SU VIDA
Julio y Matías eran dos jóvenes
amigos muy aventureros. Pero a pesar de vivir en Madrid, ellos no eran
urbanitas, les gustaba más hacer salidas a Gredos o a la Sierra de Guadarrama.
Los dos trabajaban en la misma empresa y allí se había forjado su amistad,
sobre todo porque tenían gustos parecidos y hasta coincidían en las aficiones,
a los dos les encantaba la escalada de montaña y la practicaban siempre que
podían.
En su última salida habían
coincidido con otro grupo de escaladores y compartieron la cordada. Cuando terminaron
la actividad y en medio de un suculento almuerzo, alguien nombró la idea de
ahorrar dinero para en vacaciones a hacer su primera expedición fuera de
España, nada menos que a Chamonix. Todos se quedaron perplejos y Julio dijo -
¿por qué no?, todos tenemos una buena preparación para enfrentarnos a
situaciones de altura y nevadas, solo deberíamos proveernos del material
necesario y practicar este invierno algo en hielo. Matias rápidamente lo apoyó
diciendo – Contad conmigo también, no hay nada que me haga más ilusión que
conocer los Alpes. De los ocho que estaban en la conversación, tan solo uno
dijo que a él le era imposible, porque todos los años en vacaciones se iba con
sus padres al pueblo de sus abuelos, en la costa malagueña. El resto todos estuvieron
entusiasmados con la propuesta.
Aquel invierno comenzaron a
salir juntos todo el grupo, incluso Pedro, que era el que no podría
acompañarlos a los Alpes. Escalaron cotas de mucha dificultad en hielo, el
Almanzor, los Hermanitos, y algunas crestas de Gredos. También hicieron largas
travesías por Siete Picos y por la laguna y Pico Peñalara sin ningún incidente
relevante que reseñar. En la Semana Santa, hicieron una escapada a Sierra
Nevada y en tres jornadas hicieron la integral de todos los tres miles. Estaban
eufóricos y se veían preparados para dar el salto a Alpes y sus fantásticas
montañas.
Llegó el día de la salida,
donde verían cumplidos sus grandes sueños, pero habían perdido a otro compañero
del grupo, por una neumonía inesperada. Le hicieron una visita en grupo al
hospital y Ricardo, que así se llamaba el enfermo, les deseó buen viaje y que
lograran todas las cumbres que habían estado planeando.
Salieron además de los dos
íntimos amigos, Justo, David, Pedro, Pepe y “el bala" que en realidad se
llamaba Ernesto. Todos cargados de blancos y ambiciosos sueños. Su proyecto era
partiendo desde el famoso pueblo de Zermatt, comenzarían a subir a un cuatromil
fácil, el Breithorn, que con un telecabina al pequeño Cervino, resultaría fácil
conquistarlo. Una vez estuvieran ya aclimatados a altura, intentarían el
Cervino. Y a continuación Monte Rosa por la Punta Douford. Esa sería la primera
etapa, quizás la más dura. Luego se trasladarían a Chamonix para culminar el
Montblanc y alguna escalada en los Grandes Jorases y el Gegant.
Si contaban con la benevolencia
del tiempo, que en Alpes cambiaba en muy pocas horas, todavía les quedarían
tres días más que podrían utilizar para visitar la zona del Grand Paradis o si
el mal tiempo no se los permitía, conocer alguna de las bellas ciudades Suizas,
Ginebra, Berna, o Lucerna.
Todo ese plan sobre el papel
estaba perfecto, ahora había que hacerlo realidad y eso era una cuestión muy
diferente.
Aterrizaron en Ginebra y como
Suiza está muy bien vertebrada por líneas de ferrocarril, pronto se hicieron
con billetes para el viaje hasta Zermatt, en ése mismo día.
Zermatt, los dejó encandilados,
era un pueblo de montaña, con un turismo masificado, pero sin vehículos a
motor, solo algún pequeño transporte eléctrico y bicicletas, las casas con
mucha madera y unos balcones que todos rebosaban de flores.
Se instalaron en la
residencia-refugio que habían reservado y a la mañana siguiente, salieron
bastantes nubes, con el tren- funicular, se dirigieron al telecabina que los
dejaría en el Klein Matterhorn, o pequeño Cervino. Desde allí, y sin gran
dificultad fueron ascendiendo hasta la cumbre del Breithorn, y pronto se dieron
cuenta que el esfuerzo a aquella altura era superior al de las montañas menores
de tres mil metros. Todos pudieron hacer cumbre, aunque David y Pepe, si que se
vieron muy afectados por la falta de oxígeno a aquella altura y tuvieron un
fuerte dolor de cabeza.
A la mañana siguiente, todo el
grupo salió con intención de llegar hasta el pie del Cervino y hacer noche en
su refugio.
Julio y Matías se sentían muy
felices por hallarse a punto de concluir aquella conquista con la que tantas
veces habían soñado durante ese año de preparación. David y Pepe no habían
pasado muy buena noche, porque el dolor de cabeza apenas les permitió cerrar
los ojos. “el bala", Justo y Pedro estaban muy animados y hacían bromas a
sus dos compañeros más tocados. Y, cargados de todas esas ilusiones y
prejuicios, llegaron al refugio y se instalaron donde buenamente pudieron, pues
estaba a rebosar de montañeros.
Les amaneció una magnífica
mañana, a pesar de que la cima se mantenía coronada, por una nube que no se
separaba de ella. Junto a varios grupos iniciaron la subida, con las mochilas
quizás más cargadas de la cuenta, de material y algo de comida y bebida. Ya
tenían a la vista la famosa arista Hőrni, que desde lejos les había parecido
imposible, pero de cerca aún era más respetable. Siguieron ascendiendo y pronto
por el oeste apareció una muralla de nubes que el viento se las fue acercando
irremisiblemente. El parte de la meteo, había pronosticado nubes y sol, y hasta
la noche no se esperaba lluvia. Así que siguieron un poco más adelante pero
pronto vieron como de los grupos delanteros algunos se volvían para abajo, y
esto, más el continuo dolor de cabeza les hizo a David y a Pepe, desistir de seguir
con la trepada y se unieron a uno de los grupos que se bajaban.
Esta deserción llenó de dudas a
los demás, si continuaban o regresaban, pero la ilusión pudo más que el miedo y
persistieron en su intento. Con no poco esfuerzo llegaron a la pequeña cabaña
Hõrni, donde se alimentaron y descansaron algo. Allí volvieron las indecisiones
y Justo y Pedro, muy cansados y afectados por el mal tiempo que se cernía sobre
el Cervino, optaron por quedarse en la cabaña y esperar allí a que bajaran “el
bala" Julio y Matías que seguían convencidos de que aún podían hacer cima.
Los tres reanudaron la marcha
tras los pocos escaladores que continuaban con la ascensión, pero pasada media
hora, comenzó una leve nevada y pronto se cubrió de blanco toda la ruta. Se
hizo más inestable la pisada y los agarres de hierro se pusieron resbaladizos.
Hubo alguna que otra caída sin más consecuencias, pero los guías que llevaban a
otros grupos, se plantearon regresar a la cabaña, y esta decisión sí que puso
en guardia a Julio y Matías que tuvieron una fuerte discusión con “el
bala" que no atendía a ninguna de las razones que le daban, y es que ya
estaban a media hora de la cima, aunque la nevada ya era muy intensa.
Por fin viendo que no
convencían a su compañero, Julio y Matías, se unieron al grupo de uno de los
guías que descendían y dejaron solo al “bala" que siguió empeñado en
llegar a la cima. Los dos íntimos amigos se unieron en la cabaña a sus otros
dos compañeros y allí permanecieron esperando el regreso de “el bala". Pasaron
por allí algunos de los que iban delante de él y que ya habían regresado, les
preguntaron por su compañero, pero ninguno supo darles ningún datos que los
dejaran tranquilos. Solamente les hablaron de la gran tormenta que había sobre
la cumbre, cuando ellos ya regresaban por la arista.
Iba anocheciendo sin que su
compañero diera señales de vida, ellos sabían que una noche tan mala a la
intemperie podía resultar fatídica y decidieron dar parte al refugio para que
avisaran al grupo de rescate, pero les comunicaron que hasta que no amaneciera
les era imposible salir a buscarlo.
Los cuatro compañeros pasaron
toda la noche despiertos por si aparecía Ernesto, pero ya nadie les dio noticia
de su paradero.
A primera hora de la mañana
sobrevoló el Cervino un helicóptero, dando diversas pasadas por sus aristas,
hasta que fijó su rumbo en la que habían seguido ellos, el tiempo seguía chungo
y el viento hacía peligrar el aparato, así que regresaron a su base. Los de
rescate se comunicaron con el grupo madrileño y les ordenaron que fueran descendiendo
antes de que empeorara más el tiempo. Que no podrían continuar su búsqueda hasta
que dejara de arreciar el viento.
Con lágrimas en los ojos y una
tristeza absoluta, pero poniendo todos sus sentidos en el descenso, el grupo
poco a poco y tras una gran lucha contra el fuerte viento, consiguió reunirse
en el refugio de abajo con el resto de sus preocupadísimos compañeros. Se
abrazaron entre lágrimas y muy entristecidos relataron a sus compañeros todo lo
sucedido.
Como el parte de la meteo dio
buen tiempo para la siguiente jornada decidieron quedarse en el refugio por si
a la mañana siguiente, los de rescate, conseguían localizar al “bala".
Fue otra noche larga y eterna,
donde sus cabezas no paraban de pensar en su compañero de cordada, ¿Dónde
estaría? ¿Qué le habría ocurrido?, ¿Cómo era posible que nadie lo hubiera
visto? Una tras otra estas preguntas los torturaba.
Para ellos amaneció un nuevo
día, pero para su compañero sus sueños quedaron dormidos en uno de los abismos
del Cervino. Antes de las 10 de la mañana les avisó el servicio de rescate de
que lo habían hallado sin vida tras una caída de más de 100 metros. Por lo que
pudieron observar se había salido de la ruta normal y su desvío lo había
conducido a una escalada complicada, que con la tormenta que azotaba, lo había
precipitado al abismo. El comunicado fue un jarro de agua fría para todo el
grupo, David fue el encargado de comunicárselo a sus padres y apenas salían por
su boca las palabras.
Al día siguiente llegaron a
Zermatt los apenados padres de Ernesto y les contaron lo sucedido. Algo que tan
bien habían planeado y entrenado acabó en cruel tragedia. Aquella ilusión
juvenil compartida les dejó muy claro a todos, que la última palabra de la
conquista de una cima, solo la tiene la montaña.
Elda 16 Enero 2021
Jesús Gandía
Núñez
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