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LO IMPORTANTE NO LO ESCUCHAMOS
Pleno verano y las chicharras
se desgañitan
como la sirena de una
ambulancia.
Con su zumbido y el de los
coches que no paran
apenas siento el mar como
brama.
Y eso nos ocurre cuando alguien
nos habla;
no escuchamos y sólo oímos
ruidos que nos taladran,
y apenas damos importancia a
las palabras.
Estoy en un parque en medio de
la arboleda
y os doy un detalle de lo que
suena:
-ruido de un surtidor de riego
que no descansa,
la campana del tranvía de
turno, cuando pasa,
la caravana de vehículos que no
para,
el joven que acelera la moto
para darle marcha,
la señora que pelea con sus
tres perros que ladran
y ¿cómo no? las chicharras con
su matraca-.
Pero estoy tan a “gustito” a la
sombra en este banco
que no me levanta ni un avión
que aterriza en la plaza,
porque sólo oigo su ruido pero no escucho la voz de la
azafata
-“¡Apártense que tenemos una
leve emergencia
y hay que hacer una breve parada!”-
Ya no sufrí más ruidos hasta
que llegué al campo santo
y quise abrir la tapa de la
caja donde me llevaban,
chillé mucho y con garra, pero como todos hablaban,
nadie se enteró de mis quejas y me colocaron la lápida.
San Juan 20 Agosto 2019
Jesús Gandía Núñez
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.
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